La deuda externa ha sido, en muchos casos, un constante freno al crecimiento y desarrollo económico de los países en desarrollo. Por el lado de los acreedores un impulso, ya que mediante la presión del cobro de la deuda, imponen políticas y ajustes estructurales para extraer recursos en los países deudores hacia ellos.
En la actualidad se encienden las alarmas de una nueva crisis de la deuda, debido a que como porcentaje del PIB mundial pasó del 200% en 2002 a un 225% en 2015 según datos del FMI. Sin embargo, el Instituto Internacional de Finanzas (IIF) dice que en 2016 ésta aumentó a un 325% del PIB mundial, esto se dio principalmente por el aumento de la deuda en los mercados emergentes que tienen a China como principal acreedor.
La crisis de la deuda en los mercados emergentes se puede ver aumentada de nuevo, debido a las posibles alzas de los tipos de interés, que a su vez ya provocaron, en el cuarto trimestre una salida de 656.000 millones de dólares, lo que representa cerca del 2.7% del PIB de estos, según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).
Es urgente que se realicen esfuerzos para frenar los abusos de los acreedores, que utilizan los préstamos como una vía de extracción de recursos y dominación de los países en desarrollo hacia los desarrollados y un marco internacional que subordine las finanzas a las demandas de sociedades equitativas conminadas a vivir en armonía con la Naturaleza.