UBS, Standard Chartered, Bank of America, JPMorgan y Nomura, entre otros bancos de inversión, han recortado las previsiones de crecimiento del producto interno bruto de China para 2023 a entre el 5,1% y el 5,7%, frente a la proyección inicial del 5,5% al 6,3%. Este pronóstico pesimista para la economía China acompaña un desempeño del PIB entre 2012 y 2022 de 7% promedio anual. Además, es la única economía importante que no se contrajo en el 2020. Mientras tanto en América latina hablamos de la segunda década perdida. ¿Qué se perdió en América latina?
La primera década perdida, es decir, de 1980 a 1990 América latina creció 0,1%. Puesto en términos por habitante es una cifra negativa. La explicación que dieron el FMI y la prensa financiera fue que era el fracaso de la política de industrialización de 1950 a 1980, con políticas públicas activas y un estado demasiado interventor. No se tomó en cuenta el sobresalto de la tasa de interés de EEUU de su nivel histórico de 3% a niveles de 16% en 1981 y el incremento del costo de la deuda pública, por la caída de precios de las exportaciones. Lo que se necesitaba, dijo el consenso de Washington, eran políticas austriacas de mercado libre. Más de tres décadas más tarde el crecimiento total entre 2011 y 2021 fue de 1,4%, que en términos poblacionales es negativo.
Democracia y democracia ililberal
Eduardo Fernández-Arias del Banco Interamericano y Peter Montiel de Williams College, en “Reform and Growth in Latin America: All Pain, No Gain?” documento de trabajo del BID de 1997 sugieren cuatro explicaciones para el bajo crecimiento existente entonces y que resultó ser la regla:
1) La orientación de las reformas puede ser errónea por tanto América Latina necesita un nuevo modelo de crecimiento para el futuro.
(2) Es posible que las reformas estén funcionando de manera satisfactoria, sin embargo, que la magnitud de las reformas implementadas sea insuficiente para alcanzar los resultados de crecimiento que algunos expertos esperaban.
(3) Es posible que las reformas ya aplicadas tengan el potencial de generar un crecimiento significativamente mayor en la región. Sin embargo, hasta ahora, estas tasas de crecimiento no han logrado alcanzar su máximo efecto debido a la presencia de factores transitorios adversos, como un entorno internacional desfavorable o retrasos en los efectos de las reformas en el crecimiento. En caso de que el impacto de las reformas sea solo temporal, el crecimiento a largo plazo en la región podría resultar aún más decepcionante de lo que se percibe en la actualidad.
(4) Finalmente, existe la posibilidad de que, aunque las reformas macroeconómicas hayan contribuido a mejorar el crecimiento, estas solo representen una parte de la historia en términos de impulsar el desarrollo. Esto sugiere que incluso con avances adicionales en este aspecto, América Latina podría no alcanzar las tasas de crecimiento deseadas. Esto implica que el alcance de las reformas debe ampliarse más allá de la esfera macroeconómica, abarcando otros aspectos relevantes para fomentar un crecimiento sostenible en la región.
Dicho esto, en 1997 y habiéndose profundizado las reformas, la evidencia muestra que el crecimiento del PIB no camina a tasas satisfactorias. Si hay menos pobreza absoluta que en 1990 y que en el siglo XIX. Eso es porque el tamaño del PIB ha crecido poco, pero ha crecido. La distribución del ingreso salarial para el 40% más pobre se mantiene casi intacta. La masa de trabajadores informales se ha mantenido establemente alta, aunque ahora una parte de esos informales sean tecnológicos y tengan mejores ingresos. La falta de soporte social para la mayor parte de la población explica los altísimos niveles de muerte por COVID en algunos países, y los pésimos niveles educativos.
Lo que se ha perdido es la capacidad de pensar porque nos va tan mal si a China le va tan bien y así como a China a casi todos los países asiáticos. No se piensa en China, dice el argumento más leído, porque es una sociedad no democrática. Todas las reformas económicas fueron introducidas en América latina a la fuerza, con golpes de estado o fraudes electorales (apagón electoral de Salinas de Gortari en 1988 contra Cuauhtémoc Cárdenas). La excepción podría ser Colombia. Hablar de democracia en América latina, donde la impunidad reina y el espacio político está anulado es un sinsentido. Actualmente y desde 1990, gana la izquierda y gobierna la derecha como regla.
La crisis de la democracia en América latina, liderada por el Perú con un gobierno con 80% de desaprobación y 94% de desaprobación en el congreso, que goza del apoyo de Washington y de los sectores corporativos y religiosos, refleja la captura del estado por estos intereses, en lo que Sheldon Wolin[1] bautizó el totalitarismo invertido. De este modo no hay manera de cambiar la manera de pensar y hacer la política económica. Los gobiernos progresistas se estampan contra una muralla tecnocrática que impide el cambio. Esos son los soldados del ejército corporativo y religioso. El liberalismo económico con conservadurismo político se expresa de este modo.
Finalmente, si no hay democracia ni en China ni en América latina, quizás es tiempo de volver a discutir que podemos hacer para salir de este pantano económico diagnosticado hace un cuarto de siglo y qué lecciones nos brinda Asia. Haber convertido el empleo en una variable irrelevante y centrado el énfasis en las metas de inflación ha llevado a bajo crecimiento, alta migración, mucho malestar social, más concentración del ingreso en el 1% superior, y pérdida del espacio democrático. En algún momento pareció que Chile había salido del atraso económico pero las elecciones de Boric y las revueltas sociales sirvieron para recordar que no, que hay una cuenta por pagar. También en dicho país quedó claro que el Estado está capturado. ¿Será posible pensar en las lecciones de Asia para América latina?
[1] Wolin, S. S. (2008). Democracia SA: la democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido (Vol. 3043). Katz editores.