En los últimos tres años, medido por trimestres, Estados Unidos ha tenido una tasa de crecimiento económico descendente con 3,8% en el primer trimestre del 2018 y -31,4% en el segundo trimestre del 2020. El resultado de este crecimiento descendente es que el PIB en dólares constantes de Estados Unidos en septiembre del 2020, fue análogo al que tuvo en junio del 2019. Al contrario, el índice Standard and Poor de la bolsa de Nueva York entre enero del 2018 y diciembre del 2020 pasó de 2,886 puntos a 3,756 puntos como constatación de un evidente divorcio absoluto entre la economía real y la dinámica de las bolsas. De su parte, las empresas listadas en la bolsa de Nueva York reparten dividendos con dinero prestado a tasas cero, lo que induce a invertir más en las bolsas a pesar que la realidad está en otra parte. El divorcio entre la economía real y la financiera se inició cuando se liberalizaron los mercados cambiarios en 1973, y se acentuó desde 1994, cuando empresas financieras tomaron el modelo de Black y Scholes con un nuevo instrumento “opciones”, que permite comprar o vender acciones o commodities a futuro a un precio determinado hoy.
Lo novedoso de la primera semana de enero del 2021 es que se ha roto también la relación entre política y expectativas racionales en las bolsas de valores. La agresiva invasión de la Explanada Nacional en Washington DC, por fanáticos republicanos el 6 de enero, fue una actividad política organizada, coordinada y dirigida con antelación. Republicanos de todo el país llegaron a Washington para asaltar el Capitolio, armados hasta los dientes algunos de ellos, muchos con experiencia militar, incluso en uniforme. El objetivo era tomar el control físico del Capitolio, es decir, hacer un golpe de Estado para entregarle el poder renovado al presidente saliente.
Lo previsible era que se produjera una reacción nerviosa en las bolsas y se retrajeran los índices de forma importante por un aumento del riesgo político nacional. Empero la tendencia alcista no se ha detenido en medio de la incertidumbre del futuro de Trump y la expresión de la crisis de la democracia en Estados Unidos.
Todo señala que, en la tercera década del siglo XXI, la inestabilidad política no es sinónimo a inestabilidad económica o financiera, contrario a las grandes crisis. Si se miran las protestas sudamericanas de la última parte del año 2020, todas fueron acompañadas de una revaluación de la moneda del país (Colombia, Perú y Chile). La explicación para el sur está en que la devaluación del dólar, por efecto de la inyección masiva de esa moneda por el FED, parece impactar más que la inestabilidad política. En Estados Unidos, no hay explicación más allá de que es mucho ruido y pocas nueces. No parece existir el horizonte de que se está ante el inicio de una etapa donde habrán fuerzas que desestabilizarán al nuevo gobierno Demócrata durante los siguientes cuatro años.
Lo que sí parece estar correlacionado es el tamaño del impacto económico con las protestas. No hay ningún tipo de margen entre las contracciones económicas con la radicalidad de las protestas. Eso habla de una saturación social y de una presión social que se gestó desde antes de la pandemia en una lista larga de países más allá de América Latina. Los temas de incertidumbre económica y laboral sumadas a la precariedad social y de salud y a los ingresos bajos y concentrados en países con altas tasas de crecimiento, ha resultado en revueltas importantes. La más reciente y violenta ha sido la toma del Capitolio en Washington, en una economía con una baja tasa de crecimiento, pero con un rebote importante, como expresión de una población pobre y precaria que se siente robada de un resultado electoral y su ingreso y piensa que un mejor futuro está atado a su líder, tramposo y mentiroso. La violencia vista en Washington es única en cuanto a ninguna de las revueltas vistas en Sudamérica los protestantes fueron armados.
La crisis del COVID19 expone más a los que no tienen empleo formal que deben de salir a la calle a ganarse el pan. La recuperación de la producción y los nuevos eslabonamientos de las cadenas globales de valor ayudan a la mejora de los indicadores económicos y posiblemente a que el ingreso de estos informales mejore. Al contrario, la mortalidad en ese sector continuará siendo alta y los contagios seguirán expandiéndose mientras la vacuna no esté masificada y eso va a tardar porque las fabricas existentes no se dan abasto para producir, al menos 7500 millones de vacunas para toda la humanidad de manera rápida. Se requerirían de plantas nuevas de fabricación, que hay que construir, y de mecanismos de distribución refrigerados masivos, que hay que desarrollar, que por ahora no existen.
Ordinariamente se sale de las crisis con teorías económicas distintas de las que las indujeron. Esta vez, el único desempeño económico exitoso es el de China y sus vecinos de Asia. Mientras el control del pensamiento económico (revistas y premios Nobel) estén centrados en el binomio anglo-sajón, no habrá mucho espacio para lo nuevo en occidente. Todo señala que la renovación vendrá de fuera de la esfera anglosajona y de occidente, como la dinámica económica y un espectáculo cinematográfico.