La Ruta de la Seda después de Crimea[1]
Ariel Noyola Rodríguez[2]
La gira del presidente chino Xi Jinping por Europa, que inició el 22 de marzo en Holanda bajo el marco de la Cumbre de Seguridad Nuclear en La Haya y concluyó el 1 de abril en Bruselas, Bélgica (sede de la Unión Europea), tuvo como eje rector la construcción de “cuatro puentes”: paz, crecimiento, reforma y progreso. El “deseo de prosperidad común” y la “confianza política mutua” se colocaron por encima de las diferencias culturales, económicas y, más recientemente, geopolíticas, como consecuencia de la crisis ucraniana y la hostilidad de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) contra Rusia.
No obstante, el creciente protagonismo adquirido por China en el nivel internacional, derivado de su ascenso económico, revela en los hechos la fragilidad de la diplomacia para eliminar las fricciones interestatales en un contexto económico mundial caracterizado por la caída de la rentabilidad capitalista, la incertidumbre que de ello deriva y, finalmente, la disputa entre capitales individuales en el mercado mundial para garantizar su supervivencia. Aunque las proyecciones recientes del Banco Mundial apuntan que para finales de 2014 China superará a Estados Unidos como primera potencia económica (Financial Times, 30 de abril de 2014), esto no significa la inexistencia de un amplio abanico de condicionamientos.
La capacidad de adaptación a una “nueva normalidad” en el ritmo de crecimiento (Xinhua, 10 mayo de 2014) y la transición de un régimen de acumulación sustentado en la sobre inversión, la súper explotación del trabajo y la exportación de manufacturas con base en recursos naturales, a otro con eje en la ampliación del mercado interno y la producción de mercancías de alto valor agregado dependerá, en buena medida, del modo en que China gestione las contradicciones internas y articule alianzas estratégicas en ambos lados del Atlántico.
De este modo, el interés de China por hacer de Europa un socio clave radica básicamente en la necesidad de consolidar mercados de exportación y recibir transferencias de tecnología para la producción masiva de maquinaria y equipo en un futuro no distante. Después de visitar Francia y Holanda, y firmar acuerdos de cooperación en los sectores de la energía nuclear, la industria automotriz, la exploración aeroespacial, la educación y la agricultura, el presidente Xi se dirigió a Alemania para rediseñar la Ruta de la Seda, ahora en el siglo XXI, y fortalecer así las relaciones entre China, Asia Central y Europa: un cinturón económico de 11 mil kilómetros que atravesará por ferrocarril Rusia y Kazajstán y conectará en sólo 16 días la ciudad de Chongqing (China) con Duisburgo (Alemania), uno de los centros de transporte y comercio más importantes de Europa.
En efecto, las relaciones económicas euroasiáticas cobraron nuevo ímpetu tras la incorporación de Crimea a territorio ruso y la jugada maestra de Pekín que, en alianza con Alemania, construye perspectivas pacíficas de cooperación entre Rusia y el llamado viejo continente.
Hay que considerar que la Ruta de la Seda forma parte de un interés compartido de largo aliento entre China y Alemania por ganar preeminencia económica a nivel mundial que incluye, además del comercio, la inversión y las finanzas internacionales. De los 850 proyectos de inversión extranjera directa que Alemania cerró en 2012, 11 por ciento eran de origen chino; en contrapartida, Alemania representa para China casi la mitad de la transferencia de tecnología de la Unión Europea (People’s Daily, 25 de mayo de 2013). Por otro lado, el apoyo a la internacionalización del yuan mediante swaps cambiarios bilaterales entre bancos centrales y la instalación de centros de liquidación en Alemania, Inglaterra y más recientemente en Luxemburgo (South China Morning Post, 8 de mayo de 2014), al tiempo que reducen el riesgo cambiario de los flujos bilaterales de comercio e inversión, socavan gradualmente el poderío del dólar.
Tras el posicionamiento neutral de China en el Consejo de Seguridad con respecto al referéndum de la península de Crimea, y la actitud conciliatoria entre Rusia y Europa a través de la Ruta de la Seda, la rivalidad entre China y Estados Unidos llega a un nuevo episodio de confrontaciones indirectas a nivel regional. La tercera semana de abril, Barack Obama visitó a sus aliados asiáticos tradicionales (Japón, Corea del Sur, Malasia y Filipinas) y dejó claro que la “doctrina del pivote” contra Pekín no ha muerto.
Estados Unidos refrendó su apoyo incondicional a Japón y las Filipinas, por las disputas territoriales que ambos países mantienen con China, apuntaló las negociaciones del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) y avivó las tensiones en el Mar del Sur a través de Vietnam. Sin embargo, el acuerdo energético firmado entre Moscú y Pekín el 20 de mayo y el alivio reciente de las tensiones entre los gobiernos de Angela Merkel y Vladimir Putin para evitar una depresión económica europea, neutralizaron la ofensiva estadounidense.
En suma, Washington buscó aislar a Rusia y desarticular la integración asiática, que –dicho sea de paso– constituye uno de los principales mecanismos de la región frente a la debilidad de la recuperación económica mundial, y no hizo sino favorecer la consolidación de un espacio económico euroasiático tras la coyuntura de Crimea.
[1] Texto preparado para la revista Contralínea. Disponible en Web: http://bit.ly/U4ZTVy
[2] Miembro del Observatorio Económico de América Latina del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México