El 2 de julio de 1997, el baht tailandés se derrumbó. Tras una oleada de ataques especulativos, el gobierno se quedó sin reservas de divisa extranjera y ya no pudo mantener la fijación cambiaria respecto del dólar. Así pues, dejó flotar al baht, que entró en caída libre. Numerosas corporaciones tailandesas (financieras y no financieras) que estaban muy endeudadas en dólares se declararon en quiebra. Fue el comienzo de la crisis financiera asiática.
Imposibilitadas de mantener los pagos de la deuda externa, Tailandia, Indonesia y Corea del Sur pidieron ayuda al Fondo Monetario Internacional. Pero sus paquetes de rescate resultaban insuficientes, tardíos y atados a condiciones excesivas. Todo indicaba que lo mejor para Asia oriental sería salvarse por sí misma.
La región, por cierto, no carecía de recursos. Más allá de que algunos países (como Tailandia) tuvieran déficit de cuenta corriente, la posición externa general de Asia oriental era superavitaria. Fue así que en septiembre de 1997, Japón propuso agrupar las reservas de divisa extranjera de la región y usarlas para ir al rescate de los países en problemas. L