En la actualidad, nos encontramos inmersos en un mundo en el que nos es cada vez más difícil abordar una temática cualquiera sin tener que remitirnos a la cuestión de género dentro de dicho tema; el concepto género es una construcción histórica y social que asocia un conjunto de roles y valores con el sexo femenino o masculino, asimismo, la dinámica social ha establecido una jerarquización en la cual lo femenino se encuentra subordinado a lo masculino.
Las relaciones de género pueden definirse en términos de juego como prácticas históricas que se distinguen de acuerdo a lo femenino y masculino (teorías, ideologías y creencias religiosas); prácticas institucionales (Estado y mercado), y condiciones materiales (la naturaleza y distribución de capacidades materiales a lo largo de líneas de género).
El feminismo es una corriente teórica, política y social que busca la reivindicación del papel de la mujer dentro de la sociedad, a partir del reconocimiento de la jerarquización de géneros. Cabe mencionar que el feminismo, desde su surgimiento en el siglo XIX, ha evolucionado y expandido a diversos campos de acción.
El ámbito económico no es la excepción, pues a partir de la Segunda Guerra Mundial, la participación de la mujer en el mercado laboral creció significativamente a raíz del enlistamiento de una gran cantidad de hombres en los ejércitos de sus respectivos países. Para mantener el patrón de producción, la urgencia de mano de obra hizo que las mujeres se insertaran en el ámbito laboral, tomando el lugar de los hombres en el proceso productivo.
La inserción laboral de la mujer se desarrolló desde sus orígenes de manera desigual por varias cuestiones, la deficiencia en la preparación profesional o técnica, el quehacer doméstico no remunerado que realiza además de su empleo formal, y que disminuye a su vez el tiempo de trabajo en relación con el del hombre, o bien, los estereotipos sociales que permean en el imaginario colectivo y que han establecido marcadas diferencias entre el trabajo que puede realizar un hombre del que puede realizar una mujer.
En el conjunto de los desarrollos teóricos, conceptuales y empíricos que incorporan la variable de género para el análisis económico, existen dos vertientes identificables, aquellos que realizan economía con perspectiva de género, de aquellos que hacen economía feminista.
La economía de género intenta visibilizar las diferencias existentes entre varones y mujeres. Al hacerlo desde la noción de género, incluye la aceptación de que tales diferencias no derivan, en estricto sentido, de la racionalidad económica, sino que proceden de la construcción social y cultural de las relaciones de género.
Por su parte, la economía feminista, pone en el centro la voluntad de transformación de las situaciones de inequidad de género, dicho lo cual, no sólo hace énfasis en la relevancia de las relaciones de género para entender la posición económica subordinada de las mujeres, sino que genera conocimiento para la transformación de dicha situación.