Ariel Noyola Rodríguez/Observatorio Económico de América Latina.La crisis de deuda de la década de 1980 marcó un punto de inflexión en los esquemas de integración bajo la perspectiva cepalina (haciendo alusión a la teoría económica desarrollada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, desde 1950). De una estrategia basada en la industrialización sustitutiva de importaciones y la ampliación del mercado intrarregional se pasó a otra sustentada en las exportaciones extrarregionales impulsada por un proceso de liberalización comercial creciente que culminó con la adhesión al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por su sigla en inglés). Así, ya en la década de 1990, la Cepal hizo del regionalismo abierto la doctrina para la “transformación productiva con equidad” con fundamento teórico en el equilibrio walrasiano-paretiano: máxima optimización de los recursos con base en las señales del mercado de libre competencia.
El planteamiento central de la Comisión consistía en hacer compatibles las políticas de integración regional (acuerdos preferenciales) con las de apertura (libre flujo de bienes, servicios y capitales) para aumentar la competitividad. Sin embargo, este enfoque omitió nociones elementales de poder y conflicto, tópicos fundamentales para comprender la dinámica de las relaciones económicas internacionales bajo el capitalismo: eliminó de facto el dilema del desarrollo en un mundo económicamente interdependiente y jerarquizado; hizo abstracción del contexto económico de la etapa (mundialización del capital dirigida por empresas trasnacionales); y suprimió el análisis de los efectos de la integración sobre el capitalismo periférico. En suma, la concepción desarrollista de integración se transformó en un mecanismo de subordinación al mercado mundial abandonando así sus funciones como instrumento compensatorio de las tensiones de la industrialización periférica en curso.
Iniciado el nuevo milenio, Washington intentó consolidar el libre comercio para el conjunto de América Latina a través de un “TLCAN ampliado”: el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Si bien la iniciativa estadounidense logró frustrarse en Mar de Plata, Argentina, en 2005, como resultado de una fuerte oposición popular y el ascenso de gobiernos de centro izquierda, Estados Unidos se abrió paso con la firma de acuerdos de libre comercio bilaterales con Centroamérica y el Caribe y sumó varios aliados en Suramérica. En este sentido, la Alianza del Pacífico (lanzada en Lima, Perú, en abril de 2011) que integra a Chile, Colombia, México y Perú, constituye hoy una especie de mini-ALCA y la continuidad del regionalismo abierto.