Desde el 31 de diciembre del 2019, que formalmente China le anunció a la OMS que tenía un virus gripal nuevo y le mostró su cadena molecular, el mundo ha pasado de tener unas predicciones de disminución de crecimiento/recesión económica a estar enfrentado a la primera contracción económica mundial desde los años 30. Cuando ocurrió la crisis del 2008, se apuntó a hacer la analogía con la de los años 30, pero fue finalmente una inmensa recesión y no una depresión propiamente. Una década más tarde enfrentamos un congelamiento de la economía en el mundo entero, fenómeno nunca antes visto. Las caídas proyectadas del PIB en todo el mundo son inéditas, precios del petróleo negativos, y bolsas de valores volátiles en extremo, hay una crisis económica mundial escondida de dimensiones no calculadas aún.
Nunca se había visto en tiempos de paz que un país cerrara sus fábricas y no embarcara sus productos ya terminados. Esta vez se congelaron la fabricación y el comercio exterior en China. La idea de cadenas globales de valor que permiten líneas de producción encadenadas globalmente es una creación de fin del siglo XX y tiene como punto de inicio la producción en China. El resultado fue que cuando cerraron las fábricas en China, se cerraron las fábricas en todo el mundo por falta de suministros y el comercio internacional se desplomó. Este es un notable primer efecto inesperado. El impacto negativo en la producción de China llevó a la caída mundial.
Tampoco se había visto nunca que todos los servicios de todos los países, unos más que otros, cerraran en simultáneo, menos Estados Unidos, Gran Bretaña y México que cerraron después o no cerraron. Esto ha conllevado que los pequeños negocios, los restaurantes, panaderías, tiendas de conveniencia, tiendas por departamentos, cierren. Campos deportivos, clubes diversos, teatros, salas de conciertos, cinemas y espacios de socialización masiva quedaron vacíos, y con ellos, la actividad económica que se movía en ese espacio. La idea que esto pasa en simultáneo en todo el mundo es impensable y al mismo tiempo es una llamada de atención de la naturaleza.
El planeta está sobrepoblado, con la naturaleza sobre explotada, con el clima cambiado, vivimos en ciudades congestionadas, producimos bienes haciéndolos cruzar los océanos, consumimos agua de otros continentes y al hacerlo, bienes van y vienen cargando virus. Hay un hábitat para que lo virus muten más agresivamente y hagan lo que han hecho siempre en la historia: ajustar a la población y llamar la atención sobre los modos de vivir. La gripe bubónica en el siglo XIV mató más del 50% de la población en las zonas afectadas que es casi todo el espacio comprendido entre la península de Crimea y el norte de España (Navarra y Cataluña). Fue un ajuste poblacional muy importante que cambió la idea de las ciudades y la forma que deberían de tener y las maneras de controlar las poblaciones de ratas y roedores.
Fue en las últimas cuatro décadas que se han observado la pandemia del VIH, del Ebola, de la fiebre aviar y porcina y ahora del COVID 19. Que en cuatro décadas haya más muertos por epidemias que en el resto de la historia dice algo sobre sobre la temperatura del planeta, sobre el movimiento de personas y bienes por el mundo, y de las maneras como se han bajado las defensas de los ciudadanos. Lo novedoso ahora es que viviremos esperando la llegada de la próxima epidemia.
La lección societal contemporánea será tener nuevas formas de contacto humano, nuevas formas de trabajo, de transporte, de hacer las compras, de tener clases y seguramente, de tener vida cultural. Las cadenas globales de valor deben de ser repensadas y las políticas de industrialización también. La salud pública como un bien público debe de regresar.
¿Es posible que los trabajos de investigación los hagan laboratorios que trabajan para la ganancia cuando lo que se está investigando es cómo prevenir enfermedades inexistentes aún, como el coronavirus hace un semestre, o existentes con pocos pacientes como la esclerosis lateral amiotrófica? Se trata de prevenir, y eso no es un negocio privado lucrativo sino un bien público. Igualmente debe de regresar la idea de la seguridad alimentaria, como concepto. La desprivatización del transporte terrestre con energía limpia es una tendencia inevitable que tiene impulso. Para el sector privado es más rentable el transporte masivo a gasolina y diésel, pero para la humanidad es más saludable el transporte limpio, más caro.
Un efecto ambiental inesperado fue que, con la suspensión del tráfico de vehículos terrestres a gasolina, de barcos a diésel y de aviones a jet fuel, la contaminación ambiental mejoró.
Ciudades tan contaminadas como Santiago, San Paulo y Lima, de pronto vieron renacer la naturaleza y aclararse el aire. Las playas se ven más limpias y la fauna regresa a sus árboles. Las noches están estrelladas nuevamente. Los delfines nadan en Venecia y los ríos bajan de los Andes transparentes. Esta ha sido una llamada de atención de que, si no cambiamos nuestro modo de vivir, producir y consumir, la siguiente pandemia será peor.
El colapso del mercado de petróleo indica que dicha fuente de energía ya no es una apuesta sólida para el futuro. Quizás indique que el cambio de matriz energética está más avanzado de lo que se viene percibiendo. Las proyecciones son de recuperación a fines del año. ¿Será? No volveremos nunca más al mundo de antes de esta epidemia. Ahora es el momento de pensar el futuro desde otro sitio.