El Tratado Trans Pacifico (TPP) se ha negociado entre doce países: cinco de América; dos de Oceanía y cinco de Asia. Tres de los cuatro miembros de la Alianza del Pacífico(AP) han adherido al TPP a la búsqueda de una inserción más dinámica en la economía internacional.
Los argumentos para adherir que se han expuesto en algunos países de la región refieren al aprendizaje (“en ese espacio se aprende a negociar”) a la información (ahí uno se informa de lo que “realmente esté pasando” en el tema) y a evitar la exclusión (otros acuerdan beneficios de los cuales es conveniente no quedar excluidos).
En la misma dirección se ha dicho que incorporarse al TPP permitirá ubicarse favorablemente para negociar nuevos acuerdos (“de última generación” los denominan, con la ilusión de que el próximo será mejor que el anterior como ocurre supuestamente con un plasma, una computadora, o una heladera) ; que allanará el camino para incorporar las normas nuevas que regularán el comercio internacional del futuro; y que pondrá en carrera a sus integrantes para incorporarse a las cadenas globales de valor de bienes y servicios.
Salvo las encomiables intenciones de ir a aprender, las afirmaciones anteriores son expresiones de deseos que no cuentan con sustento teórico o empírico alguno. Qué los países de América del Sur incorporados al TPP encuentren ahí un camino para ingresar a las cadenas de valor asiáticas es una aspiración que parece no tomar muy en cuenta quienes comandan esas cadenas y donde se nutren. Apreciaciones semejantes son solo una repetición de los artículos de prensa que promueven el producto.
Descontado lo anterior es de contemplar que razones de alianzas y criterios geopolíticos podrían proporcionar beneficios de trato preferente al pequeño que se incorpore, aspecto que no es de despreciar. Por lo demás, es de suponer que los países que han adherido hicieron sus estudios y concluyeron que los beneficios eran superiores a los costos.