Desde mediados de la década de los sesenta, producto de un proceso de deslocalización productiva en busca de espacios con mano de obra barata, la producción nacional ha caído de forma sistemática, a tal punto que la importación predomina sobre la exportación. Con el cese de la convertibilidad entre el dólar y el oro, el Sistema de la Reserva Federal inició la denominada gestión "imperial" con alcance global, del dólar.
Una vez iniciado el proceso de financiarización de la economía estadunidense, comenzó la redistribución a gran escala de los activos y de la renta nacional en beneficio de un estrecho círculo de personas. El resultado a la vista es que el peso del sector financiero en los beneficios corporativos saltó de 4% en 1947 a 45% en 2007 y como proporción del PIB aumentó de 2 a 17%.
Con todo, el papel de Estados Unidos en el sistema internacional sigue siendo de primera importancia: con 18.5% del PIB global, genera aproximadamente el 40% de la demanda mundial mientras el 55-60% de los pagos internacionales se realizan en su moneda.
A nivel institucional, la globalización financiera utilizando al Consenso de Washington como cuerpo teórico ha tenido por objetivos permitir el acceso de los monopolios globales y bancos internacionales en la estructura de las economías nacionales. Las consecuencias están en la desindustrialización, la desaparición de industrias con potencial científico, la degradación del potencial científico-técnico y productivo y finalmente, la lumpenización de la población.
Las efectos negativos para la población de Estados Unidos no han sido de orden menor: más de 46 millones de personas cobran hoy el subsidio por desempleo, la proporción de parados supera el 16%, mientras el 60% de la población a lo largo de las tres últimas décadas se ha empobrecido en torno al 7-30%.
Finalmente, mientras más liquidez insistan en inyectar los bancos centrales a la economía mundial, mayor será el riesgo de que se infle una nueva burbuja en los mercados financieros internacionales. Los impactos en el ámbito social los encontramos en el alza de los alimentos, provocando hambrunas en los países del Tercer Mundo y agudizando el descontento en África y Medio Oriente.