El Banco Central Europeo (BCE) es uno de los actores más importantes de la crisis financiera y la crisis de la deuda soberana en la zona del euro. La manera cómo el BCE estaba operando antes de la crisis se basó estrictamente en el concepto monetarista de la banca central: la reducción de los bancos centrales como simple guardián de la inflación de los precios al consumidor. La inflación de los precios de los activos financieros fue ignorada, por no hablar de la estabilidad financiera, el crecimiento y el empleo. Ello se debe a fallas fundamentales en el diseño del BCE, en particular, su obsesión monetarista de mantener controlada la inflación de precios al consumidor y su política totalmente antidemocrática. El informe hace una evaluación crítica del papel del BCE antes de la crisis financiera y lo identifica como un jugador, que contribuyó con su enfoque monetarista, incluso en cierta medida a la crisis. Después de que el BCE ha reconocido que había una crisis, sus políticas se encaminaron hacia una gestión keynesiana de la crisis; donde actúa como prestamista de última instancia con algunas medidas hacia los intereses de la industria financiera y comenzó con una financiación indirecta del gobierno. Sin embargo, en la actualidad (abril 2011) no está claro si esto es una señal hacia un cambio paradigmático. Varias propuestas de reforma se discuten, como el papel de la banca central en la lucha contra la inflación de precios de activos y la regulación macroeconómica prudente, el control de la expansión del crédito a nivel macro, la mitigación de la volatilidad del tipo de cambio y la financiación del gobierno. Así, la crisis y el debate sobre las reformas representa una oportunidad para impulsar una visión alternativa de la banca central en Europa.