El capitalismo como civilización ha entrado en un proceso de declive irrefrenable, ante la imposibilidad de que mediante el proceso de financiarización lograra revertir su crisis final. La contracción económica desde finales de los años sesenta en los países del capitalismo y la crisis de 2008, deben ser observadas no como fenómenos pasajeros, sino como una tendencia de larga duración.
El área imperial se ha vuelto más caótica con el objetivo e explotar al mundo en su conjunto bajo el comando de Estados Unidos y los demás miembros de la tríada (Europa y Japón). Sin embargo, la agresión imperial ha vuelto mucho más caóticos los mecanismos de subordinación bajo el capitalismo senil - concepto acuñado por Roger Dangerville - y ampliado los enemigos del sistema a su paso, lo que no hace sino provocar su propia autodestrucción.
La incapacidad de la economía mundial para seguir creciendo lleva a acelerar la concentración de riquezas y la marginación de miles de millones de seres humanos desde el punto de vista de la reproducción del sistema: estamos presenciando la devastadora radicalidad de la decadencia y en consecuencia la necesidad de la irrupción de un voluntarismo insurgente capaz de impedir que el derrumbe sepulte a toda la humanidad, nos encontramos pues ante la presencia de un proceso de degeneración sistémica total.
En su última etapa, el capitalismo se caracteriza por el descenso gradual zizagueante y persistente de las tasas globales de crecimiento económico sobredeterminado por la desaceleración de las economías imperialistas - en primer término Estados Unidos - y por el incremento de las más diversas formas de parasitismo financiero a partir del cese de la convertibilidad entre el oro y el dólar en 1971.