En la medida en que la economía mundial avanza hacia una nueva normalidad, se aproxima una etapa de transformaciones internacionales profundas. La crisis económica y sanitaria provocada por la COVID19 ha mostrado los límites del multilateralismo de Naciones Unidas y de la cooperación internacional; los efectos de las guerras comercial y tecnológica contra China; los intereses detrás del control tecnológico de la transición energética; y la pérdida de liderazgo de EUA. La elección de Joseph Biden impidió la continuidad del programa de Trump y repuso una agenda demócrata internacional en el ejecutivo. Frente a estos cambios, ¿qué pueden esperar las relaciones internacionales y nuestros países latinoamericanos, después de los primeros 100 días de su mandato?
A inicios de marzo, Biden publicó su Orientación Estratégica de Seguridad Nacional Provisional (INSSG, por sus siglas en inglés), con el objetivo de exponer los fundamentos de política exterior y seguridad para la definición de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional que sustituirá a la de 2017. En el documento, reconoce cómo China se volvió más asertiva y se convirtió en “el único competidor potencialmente capaz de combinar su poder económico, diplomático, militar y tecnológico para plantear un desafío al sistema internacional”. Define, como las tareas más urgentes, la reconstrucción de los cimientos económicos; la recuperación de su lugar en las instituciones internacionales; la modernización de sus capacidades militares y diplomáticas; y la revitalización de su red de alianzas y asociaciones internacionales. Sin embargo, el daño que provocó la gestión de Trump en estas áreas fue muy profundo y la ruta de reconstrucción se enfrentará a varios problemas en todas las áreas.
Con relación a su lugar en las instituciones internacionales, hay que recordar que EUA se pronunció en contra de los principios de la Organización Mundial del Comercio (OMC), de la Salud (OMS), de la UNDESCO y salió del Acuerdo Nuclear de Irań, del Tratado de Cielos Abiertos, del Acuerdo Climático de París y del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas (CDHNU). Bajo el mandato de Biden, EUA se reincorporó a la OMS y al programa COVAX con una contribución adicional de $2mil millones de dólares (mmd), y al Acuerdo de París, con reforzados compromisos de reducción de emisiones. Con esto, por principio, se reintegra a la lucha contra dos de las más importantes crisis actuales, la sanitaria y la climática; pero no atiende su problema económico y su pérdida de liderazgo.
En su discurso de los primeros 100 días, Biden anunció su agenda Reconstruir Mejor (BBB, por sus siglas en inglés), compuesta por tres partes: rescate, recuperación y reconstrucción. La agenda incorpora: 1.Plan de Rescate, que consta de apoyo de $1.9 billones de dólares (bdd) al ingreso a los hogares, regreso seguro a las escuelas y refuerzo del programa de vacunación; 2.Plan Laboral, dedicado a la creación de empleo mediante una inversión de más de $2.3 bdd en construcción, infraestructura y energía limpia; y 3. Plan Familiar, constituido por un gasto de $1.8 bdd para “la prosperidad de la clase media” en educación, atención sanitaria y cuidado de los niños, así como cambios a la ley tributaria y reversión de excenciones de impuestos de 2017. En conjunto, el BBB comprende un gasto federal de más de $6 bdd, el más grande en su historia.
El punto más sensible del gobierno de Biden, expresado tanto en el INSSG como en la agenda BBB, es la recuperación económica que consiga crecimiento, competitividad y desarrollo tecnológico. EUA ha sostenido, entre 2010 y 2019, un crecimiento promedio de 2.2% del PIB, muy inferior al 7.6% de China e, incluso, al 2.8% mundial. La pérdida de competitividad internacional concluyó con una guerra comercial mientras la brecha entre estas dos economías es cada vez mayor.
Según ha expresado Biden, “no hay ninguna razón por la que las hélices de los aerogeneradores no puedan construirse en Pittsburgh en lugar de en Pekín” o “...por la que los trabajadores estadounidenses no puedan liderar el mundo en la producción de vehículos eléctricos y baterías”. Ignora, con esto, el nimio aumento de la productividad que arrastra desde hace más de tres décadas y los altos salarios de los trabajadores estadounidenses; e incluso busca aumentarlos. Desde 1990, cuando China comenzó a abrir su mercado y, con más fuerza, desde 2000 cuando entró a la Organización Mundial del comercio, la relocalización de la producción y el tendido de cadenas globales de valor se movieron de EUA hacia economías mucho más productivas con menor costo salarial.
La agenda BBB, a pesar de su inmenso presupuesto, y el proyecto INSSG, enfrentarán los límites estructurales de la economía estadounidense y a las aceleradas transformaciones globales lideradas China. El riesgo es entonces que, agotadas las vías económicas y políticas, EUA busque recuperar su liderazgo por la vía militar. El efecto económico del bajo crecimiento estadounidense a largo plazo será que continúe el arrastre a las economías latinoamericanas, sobre todo de la Cuenca del Caribe, a crecimientos mínimos.