La decisión del gobierno del Presidente Donald Trump de renegociar con México el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha sido interpretada por la mayoría de los comentaristas como la salva de arranque de una nueva oleada de proteccionismo estadounidense. Pero el discurso público de Trump no debe confundirse con la esencia del programa económico de su gobierno y las probables políticas comerciales. Una explicación mejor para la renegociación –la que podría arrancar tan temprano como a mediados de agosto– reside en la transformación de la economía norteamericana y global en los años posteriores a la puesta en vigencia en 1994 del TLCAN.
La región económica norteamericana forma parte de un sistema globalizado de producción y finanzas. Aunque tuvieron motivación para hacerlo, las élites políticas y económicas estadounidenses no podrían desenmarañar a Estados Unidos (o a la región norteamericana) de las vasta red de cadenas de subcontratación y “outsourcing” (externalización) que caracteriza la economía global. Trump y los multimillonarios que conforman su gabinete son parte de la clase capitalista transnacional. El imperio empresarial de la familia de Trump se extiende sobre el mundo, incluyendo fábricas en México que se aprovechan de la mano de obra barata para exportar a Estados Unidos gracias a las disposiciones del TLCAN.
Trump atacó al TLCAN durante su campaña electoral como parte de su estrategia de obtener una base social entre sectores de la clase obrera estadounidense, desproporcionadamente blanca, quienes enfrentan una cada vez mayor inseguridad y el deterioro de sus condiciones de vida como resultado de la globalización capitalista. Ningún candidato puede aspirar a ser electo a la presidencia sin presentar un mensaje populista. También fue obligada Hillary Clinton a declararse durante la campaña en contra del Acuerdo de Asociación TransPacífico (conocido por sus siglas en inglés como TPP) que Trump echó a la borda una vez que tomo posesión, y al igual que Barack Obama fustigó contra la globalización y sus efectos devastadores para los trabajadores cuando él se postuló para la presidencia.
Pero mas allá del discurso público, no hay nada populista en las políticas que hasta la fecha el gobierno de Trump ha planteado. El “Trumponomicos” abarca la desregulación total, recortes del gasto social, el desmantelamiento de lo que aun queda del Estado de bienestar social, las privatizaciones, la reducción de los impuestos a las corporaciones y los pudientes, y una expansión de los subsidios estatales al capital – en fin, el neo-liberalismo en esteroides. La élite política estadounidense se ve muy dividida y sumida en luchas internas, pero los empresarios e inversionistas están en su mayor parte encantados con el programa neo-liberal de Trump, como lo indica el fuerte aumento de la bolsa de valores en los meses posteriores a su elección.
De la Economía Industrial a la Economía Digital
Cuando fue negociado el TLCAN a principios de los años 90, las compañías más grandes en Estados Unidos eran la automotriz, de electrodomésticos, y de maquinas-herramienta, mientras la manufacturera aun impulsaba la economía estadounidense. Al momento que el TLCAN entró en vigencia en 1994, la Organización Mundial de Comercio (OMC) aun no existía, pocas personas utilizaban en internet, y apenas las computadoras entraban en uso generalizado pero aun no existía la economía digital. Las negociaciones del libre comercio tuvieron en aquel entonces como objetivo principal el establecimiento de un sistema globalizado de producción por medio del levantamiento de las barreras nacionales al movimiento transfronterizo de los bienes. Este objetivo fue logrado gracias al TLCAN, junto con la creación de la OMC en 1995, y la subsiguiente aprobación, entre 1995 y 2016, de una cantidad extraordinaria de 400 acuerdos comerciales internacionales, de acuerdo con los datos de la OMC.
Pero desde que el TLCAN y la OMC entraron en vigencia la economía global ha seguido su proceso de desarrollo y transformación. En particular, la transnacionalización de los servicios y la emergencia de la llamada economía digital y de datos – incluyendo las comunicaciones, la informática, la tecnología de plataforma y digital, el comercio electrónico, los servicios financieros, el trabajo profesional y técnico, y un sinfín de otros productos no tangibles tales como la cinematografía y la música que requieren protecciones de propiedad intelectual - se han colocado al centro de la agenda capitalista global. De hecho, el crecimiento mundial del comercio en servicios ha superado por mucho el de los bienes en el último cuarto de siglo. Ya para 2017, los servicios representaban aproximadamente el 70 por ciento del producto mundial bruto.
Por un lado, Estados Unidos lidera el camino en el desarrollo de la economía digital y les corresponde a los servicios la mayor cuota de crecimiento de las exportaciones. Estados Unidos registró en 2016 un déficit comercial de $750 mil millones de dólares con el resto del mundo en cuanto a exportaciones de bienes, sin embargo registró ese año un superávit de $250 mil millones en la venta de servicios. En 2016 Estados Unidos tuvo un déficit comercial con México de $64 mi millones en concepto de exportaciones e importaciones de bienes, pero registró un superávit de casi $7 mil millones en el comercio de servicios con ese país, de acuerdo con los datos de la Ofician del Representante de Comercio de Estados Unidos.
Por otro lado, México rápidamente realiza una transición hacia la economía digital. El valor de los servicios de la informática en 2016 ascendió a $20 mil millones y se espera que incremente año por año en un 15 por ciento. Los empresarios mexicanos de la alta tecnología se vanaglorian del surgimiento de los valles de silicio en la Ciudad de México y en Guadalajara, las dos ciudades mas grandes del país.
El TLCAN no incluía disposiciones relacionadas con el comercio digital. Además, no incluía estipulaciones en cuanto a las empresas estatales y el sector energético mexicano, ni tampoco obligó a México a reformar su código laboral o de abandonar una cantidad de prácticas regulatorias. Aunque el gobierno mexicano del Presidente Enrique Peña Nieto ha permitido la participación de las compañías energéticas extranjeras en la exploración y la producción por primera vez desde que el país nacionalizó el petróleo en 1938, el sector energético en su mayor parte aun sigue siendo nacional y público. Y los sucesivos gobiernos neo-liberales en México no han podido avanzar mucho en sus esfuerzos por reformar el código laboral y levantar las regulaciones en cuanto a la contratación de los trabajadores con el fin de flexibilizar a la mano de obra.
El representante estadunidense de comercio Robert Lighthizer, quien representará a Estados Unidos en la renegociación del TLCAN, fue explícito en declarar que el objetivo de la renegociación es “modernizar” y “actualizar” el acuerdo. “El TLCAN fue negociado hace 25 años,” dijo, “y mientras han cambiado considerablemente nuestra economía y nuestros negocios, el TLCAN no ha cambiado.” En particular, dijo, el “comercio digital” apenas había empezado cuando el TLCAN entró en efecto. Son necesarias nuevas disposiciones relacionadas con el comercio digital y la propiedad intelectual, afirmó. Lejos del proteccionismo, al insistir en renegociar el TLCAN y otros aspectos del régimen comercial global, Estados Unidos funge para bajar las barreras nacionales al comercio digital y de servicios que constituyen ahora la vanguardia de la economía global, es decir, Estados Unidos promueve la nueva generación de la globalización.
¿Por qué la retórica nacionalista, populista, y proteccionista?
El intento de explicar las relaciones comerciales, económicas e internacionales desde una perspectiva anticuada del Estado-nación oscurece más que aclarar las dinámicas del nuevo capitalismo global. Si bien es cierto, si apartamos el comercio de servicios, que Estados Unidos tiene un enorme déficit comercial con México, al igual que con China y muchos otros países, el hecho es que las exportaciones que van desde territorio mexicano al territorio estadounidense no son exportaciones mexicanas en sentido estricto. Mas bien son exportaciones de centenares de corporaciones transnacionales de todas partes del mundo que operan en territorio mexicano y que mueven sus productos por las vastas redes de la economía global. Las exportaciones de bienes desde México a Estados Unidos son exportaciones no de un Estado-nación sino de estas corporaciones transnacionales que cruzan numerosas fronteras en sus operaciones globales. Las estadísticas comerciales nacionales esconden la esencia transnacional de la nueva economía global, y con ello, las relaciones transnacionales de clase detrás de muchas dinámicas políticas internacionales contemporáneas.
¿Entonces, por qué Trump ha atacado a México mediante un discurso que es nacionalista, populista, y proteccionista, por no mencionar profundamente racista? Para contestar esta pregunta hay que identificar una contradicción fundamental en el capitalismo global: la globalización económica se lleva a cabo dentro de un sistema de autoridad política basada en el Estado-nación. Esta contradicción genera un sinfín de dilemas para los Estados y para la élite transnacional. La legitimidad de los gobiernos depende del crecimiento, la generación de empleos, y la prosperidad. Pero en la época de la globalización los gobiernos dependen de atraer a sus territorios nacionales la inversión corporativa transnacional, lo que a cambio se logra con la provisión al capital de los incentivos relacionados con el neoliberalismo – la presión para abajo sobre los salarios, la desregulación, la austeridad, etc. – que terminan agravando la desigualdad, el empobrecimiento, y la inseguridad para las clases trabajadoras.
Para decirlo en términos académicos, los Estado-naciones enfrentan una contradicción entre su necesidad de promover la acumulación transnacional en sus territorios y su necesidad de lograr la legitimidad política. Los gobiernos alrededor del mundo han venido experimentando cada vez más agudas crisis de legitimidad frente a las desigualdades sin precedente que produce la globalización. Esta situación genera políticas desconcertantes y aparentemente contradictorias.
El Trumpismo es una respuesta ultra-derechista a la crisis de legitimidad que descansa sobre un mensaje populista y nacionalista dirigido en particular a aquellos sectores de la clase obrera, desproporcionalmente blanca, que enfrentan condiciones laborales y sociales cada vez más precarias. La fanfarronería imperial y el discurso racista, basados en parte en despertar el sentimiento anti-mexicano y anti-inmigrante, es una apelación a estos sectores a que canalicen su temor e inseguridad hacia una conciencia racista de su condición.
Por lo tanto, la agenda mexicana de Trump no puede verse separada del recrudecimiento de la guerra contra los inmigrantes, en particular aquellos de México y de Centroamérica. La criminalización de los inmigrantes, el fuerte incremento de las redadas y las detenciones, y la retórica de “construir el muro,” forman parte de una estrategia más amplia de desarticular la organización política y la resistencia que se extienden entre las comunidades inmigrantes en años recientes. No es de sorprenderse que la reciente oleada de detenciones y deportaciones de inmigrantes de México y Centroamérica han hecho blanco en particular a los dirigentes del movimiento pro derechos de los indocumentados.
Pero la economía estadounidense y la clase capitalista transnacional dependen de la súper-explotación de una fuerza laboral en peonaje debido a la falta de derechos ciudadanos. Los gobernantes norteamericanos han venido explorando el reemplazamiento del sistema actual de súper-explotación de la mano de obra inmigrante indocumentada con un masivo programa de “trabajadores visados” que sería más eficaz en conjugar la súper explotación con el súper control. Así, mientras ha disparado el numero de detenciones y deportaciones de trabajadores inmigrantes en California en años recientes, el uso de “trabajadores visados” en la industria agropecuaria en ese estado, cuyo valor asciende a $47 mil millones de dólares, incrementó en un 500 por ciento entre 2011 y 2017.
Todo esto no quiere decir que el discurso populista, nacionalista, y proteccionista de Trump puede ser descartado. Este discurso está impregnado de un racismo atroz en tanto inspira una movilización neo-fascista de los grupos de extrema derecha en la sociedad civil norteamericana y agrava las tensiones internacionales. Pero nos conviene ver el Trumpismo como una respuesta, ultra derechista y altamente contradictoria y inestable, a la crisis del capitalismo global más que una política mordaz de proteccionismo y de populismo.