Andrés Velasco sorprende con su propuesta que “Chile va a necesitar una política explícita de crecimiento económico, gobierne quien gobierne. Con las políticas actuales, con el enfoque actual, con el clima político actual, el crecimiento no va a regresar. Y no basta con cualquier política de crecimiento económico. Necesitamos una política explícita de desarrollo productivo, cuyo foco sea diversificar la economía, y en especial diversificar las exportaciones” (EMOL, 24-08-2020).
El exministro de Hacienda se desmarca así del neoliberalismo y deja aislado a Sebastián Edwards, quien prefiere al Chile productor y exportador de recursos naturales.
La vida está cambiando. La lucha de la ciudadanía ha corrido la “medida de lo posible” a favor de lo que necesita nuestro pueblo. Aunque no se crea, el mismo alcalde Lavín, pinochetista de la primera hora, dice ahora estar con un proyecto socialdemócrata. ¿Porque no podría cambiar Andrés Velasco?
A mediados de los años noventa, Carlos Ominami, ex Ministro de Economía de Aylwin, apuntó en dirección parecida a la de Velasco: propuso avanzar hacia una segunda fase exportadora. También, el exministro de Hacienda de Lagos, Nicolás Eyzaguirre, recomendó agregar valor a la producción de recursos naturales, lo que denominó en su momento estrategia de clusters. No paso nada. Hasta ahora, la estructura productiva ha permanecido intocada, para beneficio del rentismo depredador.
Sin embargo, esas tres destacadas autoridades, con responsabilidades prioritarias en el quehacer económico de nuestro país, callaron cuando debieron hablar. En efecto, siendo ministros mantuvieron silencio sobre las limitaciones de nuestra estructura productiva. Hablaron sobre la necesidad de su transformación cuando dejaron de ser autoridades.
En realidad, para cualquier analista, distante del neoliberalismo y sin compromisos con el dinero empresarial resulta bastante obvio que la frágil matriz productiva chilena ha debilitado el crecimiento y la productividad. Las cifras de crecimiento son apabullantes: 7,4% entre 1990-1997, 4,4% en el periodo 1999-2007 y 2,2% en 2014-2018.
Pero, mucho más importante es que la producción-exportación de recursos naturales no genera suficiente empleo, paga bajos salarios, multiplica la informalidad, no difunde el dinamismo económico a lo largo y ancho del país, inhibe el potencial de las Pymes, no exige ampliar la educación y concentra el ingreso en el 1% más rico.
La heterogénea estructura productiva chilena es entonces la base material de las desigualdades sociales y territoriales existentes en el país. Y, por cierto, ha generado impactos traumáticos en el medio ambiente.
Velasco, tiene razón cuando señala que “…la diversificación productiva, y en especial la diversificación exportadora, no ocurre automáticamente. Hay que hacerla ocurrir y eso requiere una política explicita activa de parte del Gobierno”.
Los responsables del ámbito económico en los gobiernos de la Concertación, aún con las limitaciones constitucionales existentes, tenían autoridad y cierto margen de acción para terminar con la concesión generosa de los recursos naturales. No está claro si su inmovilismo respondió al inmenso poder del empresariado rentista o al convencimiento que el mercado resolvería espontáneamente el mejor camino para la economía chilena.
El resultado práctico, a final de cuentas, ha sido la entrega de concesiones en las minas de cobre y litio, sin royalties y con escasas cargas impositivas, junto a inexplicables subsidios a las plantaciones forestales y a la vergonzante legislación pesquera, con coimas para parlamentarios y funcionarios de gobiernos.
Si existía una mínima convicción que la matriz productiva debía ser transformada, los gobiernos de la Concertación podrían haber desplegado una política económica algo más activa, con incentivos a los agentes económicos dispuestos a invertir en actividades de transformación y con royalties efectivos al empresariado, nacional y extranjero, para la explotación de recursos naturales.
En segundo lugar, desde los ministerios económicos, sobre todo el que administra los recursos, pudo haber aumentado sustancialmente la inversión en ciencia y tecnología, la que actualmente es apenas 0.38% del PIB, bastante menos del 2.4%, la media de los países de la OCDE. Es la manera para que la inteligencia y la tecnología moderna se despliegue en todos los sectores productivos y territorios del país.
En tercer lugar, un proyecto de transformación productiva está obligado a exigir un mejoramiento radical de la calidad de la educación formal y de los trabajadores. Ello resultará en mayor productividad, más calidad en el empleo y mejores salarios. Sin una buena educación para todos, y no sólo para la elite, es imposible transformar la matriz productiva e impulsar el crecimiento. El lamentable CAE y la segmentación educacional marcharon en dirección contraria a la conformación de una economía moderna.
Optar por otro camino productivo, que sea el fundamento material para terminar con las desigualdades y promover el desarrollo económico exige innovar, procesar, diversificar. Obliga, al mismo tiempo, a los gobiernos a desplegar una “política activa explícita”, para promover el crecimiento, como dice Velasco.
Es valorable que Velasco, aunque tardíamente, se ponga del lado de la transformación de la economía. Coincidimos que para potenciar el desarrollo (él prefiere hablar de crecimiento) es preciso un nuevo proyecto productivo, con política activa (yo prefiero usar estrategia deliberada) que trascienda la matriz de recursos naturales. Cambia, todo cambia. Y también Velasco.