Durante décadas, Chile fue puesto como modelo económico latinoamericano por los organismos multilaterales, el establishment internacional y por la Argentina empresarial y conservadora. En 1975, el PBI per capita argentino duplicaba al chileno. Diez años después, también. Ya en 1995, cinco años después de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), la renta personal de Chile representaba dos tercios de la de la Argentina. Tras la crisis criolla de 2001, ya la había superado. Ahora es de 15.617 dólares, un poco menos que la de Uruguay y 41% más que la de Argentina, de US$9.122, pero está estancada en ese nivel desde hace nueve años, lejos de los US$25.000 de Portugal o los US$30.000 de España.
Chile no ha podido continuar el camino hacia el mundo desarrollado. Quedó atrapado en la llamada trampa de los países de ingresos medios, que consiste en que alcanzan un cierto nivel de renta gracias a las ventajas competitivas adquiridas en su situación previa pero después se quedan estancados a mitad de camino hacia el estadio anhelado. La frustración cunde y se expresa en crisis sociales como la de Chile en 2019. Con un modelo económico neoliberal impuesto por Pinochet y con retoques sociales durante los gobiernos de la democracia cristiana y el socialismo (1990-2010 y 2014-2018), habrá que ver si hoy en las elecciones presidenciales gira a la izquierda o a la ultraderecha.
Otros países latinoamericanos siguieron a su manera el modelo chileno con diversa suerte, desde la Argentina de Carlos Menem hasta México, Colombia o Perú. Los giros políticos en los comicios mexicanos de 2018, con la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador, y en los peruanos de este año, con la victoria de Pedro Castillo, pusieron en tela de juicio sus modelos. Igual que la actual crisis social colombiana. Tampoco le está yendo bien a la receta neoliberal de Jair Bolsonaro en Brasil: la inflación supera el 10% por primera vez en 20 años, mientras que se prevé que en 2022 sea el país de menor crecimiento en Latinoamérica, según el relevamiento de bancos y consultoras que elabora la firma FocusEconomics.
Los modelos económicos alternativos están lejos de exhibir éxitos. El peor ejemplo es Venezuela, con su hiperinflación. En la Argentina, a la experiencia kirchnerista le siguió la de restauración liberal de Mauricio Macri, que derivó a su vez en la victoria de Alberto Fernández en 2019.
"Momento gramsciano"
El economista chileno José Gabriel Palma, profesor emérito de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), cuenta a elDiarioAR que analizó esta crisis de modelo en la región en un artículo publicado el año pasado: “América Latina está atrapada en un ‘Momento Gramsciano’, cuando lo viejo se desvanece, pero lo nuevo no logra nacer”. Palma cita al filósofo marxista italiano Antonio Gramsci (1891-1937) y continúa: “Hoy en día lo característico de la región es que está atrapada en un modelo neoliberal cuya fecha de término ya está más que vencida. Si alguna vez tuvo algo que dar, ya lo dio, y hace mucho; ahora hace aguas por todos lados”. Palma señala que la socialdemocracia chilena, al igual que la europea, adoptó el modelo neoliberal que irrumpió en el mundo en los 70.
El economista chileno considera que parte del problema radica en la estructura productiva. “En el caso de América Latina, la perenne rigidez ideológica e institucional tiende mecánicamente a extender artificialmente la ‘vida útil’ de las estrategias de desarrollo existentes, aun cuando ya han dado todo lo que pueden dar. Así lo hizo Chile con la industrialización de sustitución de importaciones en la década de los sesenta, y así lo hace nuevamente con su modelo extractivo [N. de la R: el cobre representa el 57% de las exportaciones chilenas]. Éste, ya a finales de los años noventa, había dado todo el dinamismo que podía dar, y necesitaba de un esfuerzo coordinado para pasar a su etapa siguiente, la de industrialización de los recursos naturales. Sin embargo, el empresariado, con todo el apoyo necesario de los gobiernos de la ‘nueva’ izquierda, prefirió seguir haciendo más de lo mismo. El resultado fue una caída de la tasa de crecimiento de la productividad a un tercio de la del ciclo anterior. Como es bien conocido, Corea (del Sur), por ejemplo, fue desaconsejada repetidamente por el Consenso de Washington contra su proyecto de industrialización; como nos recuerda un gobernador del Banco de Corea, cuando optaron por una industrialización rápida, les decían: ‘¡Cómo se les ocurre hacer eso! Ustedes no tienen las ventajas comparativas para eso’. De hecho, varios documentos del Banco Mundial se preguntaban cuál era el sentido de que Corea transformara hierro de primera en acero de segunda y luego ese acero en autos de tercera. Sin embargo, esta tendencia a reactualizar constantemente el ciclo productivo no tardó mucho en dar frutos, ya que los autos coreanos, como los japoneses anteriormente, no tardaron en ser tan comunes en los mercados mundiales como el whisky escocés, el salmón noruego o el vino francés. De hecho, como dijo certeramente el gobernador del Banco de Corea, la ventaja comparativa de su país era ‘hacer lo que se nos diera la gana, pero lo que decidíamos hacer, lo hacíamos bien’. Y hacerlo bien dependía en gran parte de enfrentar las ‘fechas de caducidad’ de cada ciclo de sus políticas económicas”. Palma llama a reformar la “estructura de acumulación rentista y la tributaria” y no sólo conformarse con extender algo más la protección social. Lejos de la discusión de la supuesta grieta argentina entre Corea del Sur y del Norte, el ejemplo que cita Palma es el de un país que producía arroz tras la Segunda Guerra Mundial y con decisión política apostó por una política industrial y tecnológica que la ha llevado a tener ahora un PBI per cápita de 34.500 dólares.
Varios límites al modelo
Oscar Ugarteche, economista peruano y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), advierte que el modelo neoliberal latinoamericano se topó con varios límites: la concentración del ingreso; el bajo crecimiento liderado por exportaciones sin valor agregado, incluidas las de las maquilas (ensambladoras) mexicanas; y la privatización de la educación y la salud, cuyo impacto se vio a las claras por los efectos devastadores de la pandemia en la región. “La serpiente reventó en Chile. Ahí donde comenzó ahí terminó. Ahora no hay un modelo alternativo. El retorno a los años 50 no se puede. Sí se pueden tener políticas productivas. Es lo que necesitamos desde la Argentina hasta México. Hay que hacer crecer la producción porque cuando crece la producción, crece el empleo y cuando crece el empleo, crece el consumo, la tasa de inversión pública y privada sube. El comercio con Asia viene a precios muy bajos e impacta sobre nuestra capacidad productiva. Ese comercio va a tener que ser gravado de alguna manera. (Donald) Trump fue el que introdujo fórmulas de protección arancelaria. Producción tiene que ser la meta. La otra meta tiene que ver con la educación. Nos ha pasado algo que es muy triste, que es que en los últimos 30 años perdimos lo que llamábamos el pensamiento latinoamericano. Y lo perdimos de la mano de los ajustes económicos y las reducciones presupuestales de las universidades y centros de investigación”, advierte Ugarteche.
Carlos Ominami, que fue ministro de Economía de Chile en el regreso de la democracia (1990-1992) y es director de la Fundación Chile 21, lamenta que su país haya sido modelo: “Desde mediados de los 90 se buscó presentar a Chile como un modelo a seguir. Y en eso cayó mucha gente, por de pronto los organismos internacionales que necesitaban tener un buen alumno del curso. Y Chile jugó a serlo. Yo, habiendo sido ministro y senador, siempre fui muy crítico de ese punto de vista. Siempre dije que lo de Chile era una experiencia, que había que mirarla en su mérito, que no era necesariamente replicable a otros países, entre otras cosas, porque venía de un modelo impuesto por una dictadura, luego de 17 años de costos sociales y políticos enormes, y además era una una forma de inserción que era propia de un país como Chile. Tuvo el premio a ser el primero en hacer una apertura prematura y siendo un país relativamente chico. Hoy día en Chile hay un cuestionamiento muy profundo a lo que se hizo durante el período anterior. Es poco ecuánime. Hay una tendencia a tirar todo por la borda. Estos 30 años de la transición, con todos sus claros y oscuros, fueron los que le permitieron a Chile ser un país completamente distinto al que era final de la dictadura. Es muy importante distinguir una economía de mercado abierta al mundo de una de modelo neoliberal. Yo creo que lo que está profundamente en cuestión es la idea básica del neoliberalismo, del estado mínimo, amplios procesos de privatización, represión al movimiento sindical. Pero deducir de la crisis del neoliberalismo que hay que volver a los esquemas antiguos e hiperproteccionistas sería un grave error. Hoy día estamos a la búsqueda de un nuevo modelo. Un nuevo modelo partiría de la base de que la sociedad no está constituida simplemente por consumidores sino por ciudadanos donde hay derechos sociales establecidos. Reformas tributarias profundas para poder sustentarlo. Mayores capacidades al movimiento sindical para poder negociar. Y poner en práctica estrategias de desarrollo. No basta el mercado, no te va a definir la especialización internacional. El mercado es miope y lo que hace es avanzar en aquellas cuestiones en las que tienen ventajas comparativas de corto plazo, pero no permite estrategias de desarrollo a través de política industrial. Se necesita un modelo distinto, también mucho más respetuoso al medio ambiente”, concluye Ominami, que aboga por una alianza por la industrialización del litio entre Chile, la Argentina y Bolivia, productores de este mineral.
Mark Weisbrot, codirector del Center for Economic & Policy Research (CEPR), en Washington, analiza también el estancamiento chileno: “Llegaron tan lejos como pudieron con la agricultura y la minería en términos de aumentar la productividad. Y eso contribuyó en gran parte a su crecimiento en los 90. Y luego en cierto punto necesitaron algún tipo de política industrial. Pero por razones políticas, en términos de la élite de allí, no pudieron hacer lo que tenían que hacer para aumentar su productividad en las partes no extractivas de la economía”. También advierte sobre la región: "De manera más general, el fracaso histórico del giro hacia las políticas neoliberales en América Latina se puede ver en el colapso del crecimiento económico durante la era neoliberal: un mero aumento del 5,7% en el ingreso por persona para 1980-2000, en comparación con el 91,5% para 1960-1980". Weisbrot destaca logros de los modelos alternativos en la primera década del siglo XXI en la Argentina de los Kirchner, el Brasil de Lula o el Ecuador de Rafael Correa en cuanto a reducción de la pobreza y los atribuye no sólo al boom de precios de las commodities sino a políticas como los controles de capitales, pero opina que Estados Unidos "intervino con fuerza, para socavar y, en algunos casos, derrocar a estos gobiernos".
Ricardo Ffrench Davis, que a sus 85 años sigue enseñando economía en la Universidad de Chile, considera que sí ha habido modelos alternativos, pero pone como ejemplo a su país en los 90, cuando él fue economista jefe del banco central: “El nuevo gobierno democrático, en lugar de bajar los impuestos, los subió. En lugar de hacerlos regresivos, los hizo progresivos. La legislación laboral se fortaleció, resucitó a la central única de trabajadores, le dio más derechos a los trabajadores. Los medios de comunicación internacionales, el Fondo Monetario y el Banco Mundial habían planteado que la dictadura había sido exitosa en economía, pero fue mediocre. Creció muy poquito. Chile creció al 7% anual en los 90 y después empezó a retroceder, y empezó a retornar parcialmente a algunos de los ingredientes del neoliberalismo. En los últimos diez o 12 años estamos creciendo al 2%, parecido a lo que había sido la dictadura. En los 90, el Banco Central controló la cuenta de capitales, manejó el tipo de cambio, no lo dejó al mercado, y hubo un enfoque alternativo que se preocupaba de los empresarios pequeños. El neoliberalismo dice 'la misma regla para todos' y entonces se agravan las desigualdades. En los 90, el Banco Central coordinó con Hacienda, no fue independiente. En 1999 dijo ‘yo soy independiente, abro la cuenta de capitales, el tipo de cambio lo maneja el mercado’. Y hemos tenido un tipo de cambio que estaba arriba y abajo. Si los flujos capitales llegan a Chile, el dólar es más barato y nos llenamos de importaciones y joden a las pymes. Y después viene el ajuste. Hemos tenido cuatro ajustes recesivos en estos tiempos”. Ffrench Davis conoce bien al neoliberalismo porque se doctoró en su cuna, la Universidad de Chicago, donde estudió también el ministro de Hacienda de Bolsonaro, Paulo Guedes: “Este hombre de Chicago es muy cuadrado, dejando las cosas al mercado va a ser dañino para la economía. Pero Lula también tuvo ministros de Hacienda neoliberales, sorprendentemente. Y Fernando Henrique (Cardoso) también”.
Ffrench Davis reclama “transformaciones productivas, apoyo a las pequeñas y medianas empresas, regulación de la cuenta de capitales en el manejo cambiario, reforma tributaria que sea profundamente progresista, pero que esté consciente de que se necesita inversión privada y pública”. “Los ricos tienen que pagar mucho más impuestos”, propone. En cuanto a los cambios productivos, menciona el hidrógeno verde, el litio y la provisión de bienes intermedios y servicios a la minería.
Su compatriota Andrés Solimano, presidente del Centro Internacional de Globalización y Desarrollo (CIGLOB), opina que el modelo neoliberal “está en crisis, pero no necesariamente ha muerto”. “Sí está en crisis el discurso del libre mercado, de privatización, de financiarización. El problema es que no hay un modelo obvio de reemplazo. El neoliberalismo pasó de ser un nuevo orden en los 70 y los 80, porque sustituyó al modelo del dirigismo estatal y la sustitución de importaciones, a ser un viejo orden. No ha podido resolver el problema de desigualdad, hay aumento de la pobreza y hay una insatisfacción política y social. En 2019 estuvo la protesta de Chile y Ecuador, el cambio político en la Argentina, pero también hubo cambios en la dirección conservadora en Brasil con Bolsonaro. La crisis del neoliberalismo puede ir tanto hacia un movimiento progresista posneoliberal o antineoliberal, quizás en alguna parte incluso anticapitalista, pero también puede haber una resolución autoritaria neofascista estilo Bolsonaro aliado a los Chicago Boys, o la ultraderecha de Chile, con el candidato José Antonio Kast, que representa ese discurso de Trump, Bolsonaro, Pinochet”, advierte Solimano.
El presidente de CIGLOB propone un “modelo económico alternativo para superar los problemas del neoliberalismo: la desigualdad económica, la inestabilidad, la precariedad del trabajo, la brecha entre los grupos de alta renta y patrimonio y los de clases media y popular”. Para Solimano, se requiere “un énfasis social”: “Destinar recursos públicos para mejorar la situación social. Hay que tener política económica que cree empleo de una calidad aceptable y que los salarios en un momento suban un poco. Hay déficit de vivienda en casi todos los países de América Latina. Hay que mejorar la educación, que en muchas partes fue privatizada. Hay que meter recursos en la salud, hay que mejorar las pensiones (jubilaciones). Todo ese paquete social requiere subir un poco los impuestos, endeudarse afuera o conseguir una renegociación de deuda como la que tiene Argentina con el Fondo Monetario y otros acreedores, para dejar espacio fiscal para un programa social de recuperación económica y de la sociedad en un sentido amplio. ¿En qué medida los recursos naturales hoy día están en distintos países de América Latina con una fuerte presencia de empresas extranjeras? Está bien, pero se llevan una proporción importante dividendos y utilidades que no quedan en los países. Se pueden buscar arreglos más favorables. Y también hay que enfrentar la otra gran crisis, la ecológica ambiental, replantear esto de crecer basados en la extracción de recursos naturales”.