Parafraseando el título de la famosa novela del premio Nóbel Gabriel García Márquez, estamos ante la "crónica de una crisis anunciada". Sin embargo, no por anunciada dejó de sorprender en el momento en que se divulgó la quiebra del funcionamiento del mercado monetario y de capitales en la mayor potencia del mundo. Tampoco pudo ser evitada, ni habían sido consideradas las alternativas de salida, así es que poco valió su anuncio. Tal vez es que, aún estimando los desatinos que tendrían lugar, no era concebible que las propias fuerzas que lo gestaron, le permitieran evidenciar con gran dramatismo - las debilidades del orden civilizatorio contemporáneo.
El análisis del impacto de la crisis por tanto, domina todos los encuentros que en el mundo realizan académicos, políticos y activistas de los movimientos sociales. Ello está justificado, por la gran cantidad de perspectivas analíticas que existen acerca de la gravedad de los acontecimientos que dieron origen, sus formas de manifestarse, canales de transmisión, etc. Por otra parte, una de las peculiaridades de esta crisis es que, sucede al propio tiempo que otros fenómenos que están repercutiendo con particular fuerza, tales como la crisis alimentaria y la alta volatilidad de los precios de los productos primarios, el cambio climático que tanto afecta ya a cosechas, producciones y transportaciones, la crisis que genera el panorama energético mundial y del continente en particular, todo lo cual diferencia la situación de hoy de las crisis que se ha debido enfrentar en otras ocasiones. Así las cosas, resulta difícil distinguir las diferentes sensibilidades de estos acontecimientos y el peso que cada uno tiene en los comportamientos macroeconómicos y sociales del continente. Estos entrecruzamientos causales tienen una influencia muy marcada en los diagnósticos que se realizan al considerar la Cuenca del Caribe.
Resulta necesario implicarnos en el análisis de su evolución y junto a ello, reflexionar acerca de los espacios de actuación que tienen los gobiernos del área. También los posibles alcances que tendrá para las pequeñas economías, las medidas hasta ahora aplicadas desde los centros de poder mundial a partir de su interpretación de las causas y consecuencias de la crisis para los países desarrollados. Para ello es necesario tener en cuenta que, según sea la posición que se ocupa en el amplio entramado de intereses que se ven afectados, así será la interpretación que se tenga de la crisis y de la misión de rescate. En última instancia, es la ideología la que marcará el rumbo.
Tanto la crónica de los acontecimientos, como los juicios de valor acerca de los impactos que están teniendo lugar y que se irán profundizando, se sistematizan a partir de los países que concentran mayores extensiones territoriales y de población. Se aprecia con particular fuerza, la valoración del continente latinoamericano y caribeño, desde los 7 mayores países, que cada vez se parecen menos al resto. En ese mapa de diagnóstico y concertación para la salida de la crisis no están Centroamérica y mucho menos el caribe. A los países pequeños sólo nos han dejado en la sala de espera.
Y habría que preguntarse, ¿quién representa los intereses de aquellos países que, siendo pequeños, agrupan una cantidad apreciable de población, que llegaron a la crisis sin saber por qué, están pagando sumamente cara su dependencia y que verán atados su suerte, una vez más, a las antiguas metrópolis que los consideran como complemento y no como esencia? No se puede desconocer que el Caribe, en muchos medios informativos, es analizado como un todo y no se visualiza comúnmente en su amplitud y especialmente en su diversidad. Una diversidad que, en el mejor de los casos, se reconoce en los planos históricos, culturales, lingüísticos, pero que no se tiene en cuenta desde la economía en toda su magnitud.