La Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) entró en funciones en agosto de 2008 a través del Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas, firmado entre Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela, y ratificado en marzo de 2011. La búsqueda de su conformación fue motivada por la intervención abierta de EEUU en la vida política de Bolivia, después que Evo Morales saliera electo presidente. El presidente Morales conversó con los presidentes de Argentina y Brasil, Néstor Kirchner y Lula da Silva primero, y más tarde también con Hugo Chávez, de Venezuela, y acordaron que lo pertinente era crear un organismo autónomo a la OEA.
Apoyados de la convergencia política y económica de los gobiernos progresistas de Lula en Brasil, de Michelle Bachelet en Chile, Tabaré Vázquez en Uruguay, de Hugo Chávez en Venezuela, de Evo Morales en Bolivia, de Rafael Correa en Ecuador y de Cristina Fernández en Argentina, se conformó el bloque político más grande en la historia del continente. UNASUR buscó una integración regional autónoma, capaz de superar las limitaciones que imponen los organismos interamericanos y multilaterales.
Desde entonces, UNASUR enfrentó cambios en la convergencia de sus objetivos regionales con los giros políticos de los gobiernos de Argentina (2015), Brasil (2016) y Chile (2017). Los desacuerdos y divisiones generados entre los miembros llegaron al punto en que el organismo operó, desde el 31 de enero de 2017, sin Secretario General, ni acuerdos en la agenda o consenso sobre las reuniones de los órganos colectivos de decisión. Cada vez eran más repetidos los enfrentamientos políticos entre los distintos gobiernos. En este marco se creó, en agosto de 2017, el Grupo de Lima con el objetivo de presionar al gobierno de Venezuela a que renuncie.
El 20 de abril de 2018, una semana después de la VIII Cumbre de las Américas en Lima, y dos días después del nombramiento de la presidencia pro tempore boliviana de UNASUR, se presentaron las bajas indefinidas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú. La decisión fue anunciada con la consigna de no reincorporación hasta que “se garantice el funcionamiento adecuado de la organización”. UNASUR se quedó con menos de la mitad de los miembros, sin fondos suficientes, ni poder de decisión y, por lo tanto, relegada a ser un organismo testimonial. Se truncó, de este modo, otro esquema de integración política regional como antes se han truncado todas las iniciativas planteadas en América Latina, desde que Bolívar primero, y Diego Portales y Juan Bautista Alberdi después, pensaran los primeros esquemas de integración políticos y económicos, luego de la independencia de España.
Por otra parte, después de una década y media de gobiernos progresistas en América Latina, con fortalecimiento del mercado interno y promoción de la integración regional, han regresado las “repúblicas de los empresarios” y con ellas las políticas de crecimiento liderado por exportaciones y el fortalecimiento de las políticas panamericanistas. Con ellas no existe lugar para disputas por autonomía política, sino que los países latinoamericanos se parecen más a “un perro simpático que está durmiendo en la alfombrita y no genera ningún problema” (P. P. Kuczynski, Discurso en la Universidad de Princeton. Febrero, 2017).
La pérdida de un organismo regional como UNASUR representa un retroceso político en términos de integración y reafirmación de la identidad nacional, y un avance del reforzamiento del patrón económico neoliberal y dependiente. Su vaciamiento abre la puerta a la intervención económica y política de EEUU en Suramérica. El truncamiento de UNASUR, recuerda al ALADI, antes el ALALC, al Pacto Andino, a la Comunidad Andina, al SIECA, al Acuerdo de la Cuenca del Plata de 1941 y a la iniciativa de Rapp de 1876. Unos se recuerdan más que otros pero todos quedaron truncos a lo largo de dos siglos. Es decir el problema no era UNASUR sino el conflicto entre las elites y sus alianzas con EEUU y con el capital financiero internacional, idéntico hoy que en 1834.
Las élites sudamericanas se han dividido normalmente en dos; entre las industrialistas y las primario exportadoras; o entre las modernizantes y las tradicionales. Las tradicionales regularmente están asociadas al capital trasnacional y las modernizantes lo están menos. Las tradicionales ahora condensadas en la “república de los empresarios”, se han vuelto más dependientes del capital financiero internacional y se subordinan al mismo. Los truncamientos ocurren por la combinación de subordinación política e ideológica y por la incapacidad de las elites en pensarse autónomas. ¿Elites adolescentes? Sin UNASUR, América Latina está otra vez a merced de las disputas hegemónicas, ahora encarnadas por el conflicto en la región de China-Rusia-EEUU y sus capitales trasnacionales.
i Oscar Ugarteche es Investigador Titular “C”, IIEc-UNAM, SNI II, Coordinador Proyecto OBELA
ii Armando Negrete es miembro el Proyecto OBELA