Cada cuatro años, el Consejo de Inteligencia Nacional (NIC) de EEUU lleva a cabo un ejercicio de sumo interés sobre las tendencias mundiales. Este es el sexto informe de este tipo, y lo ha publicado en vísperas de la llegada, este viernes, de Donald Trump a la Casa Blanca, cuya política, aunque hoy por hoy sea aún una incógnita, influirá en el mundo. Pero el NIC intenta mirar más lejos, a cinco y a 20 años vista. Con una primera conclusión que no gustará al nuevo presidente del país más poderoso de la Tierra (pero que Obama sí tenía asumida): ya no es tan poderoso, e incluso Occidente puede si no romperse, sí ensimismarse, lo que llevará a países como China y Rusia a desafiar a la superpotencia y al orden mundial que ha impulsado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría.
El estudio sobre las “tendencias globales” se titula esta vez “Paradoja del progreso”. Tal paradoja consiste en que los avances de la era industrial y de la información, las mismas tendencias que están en la base de este informe, están llevando a un mundo a la vez más peligroso y más lleno de oportunidades que nunca antes. El progreso de las últimas décadas ha sido único en términos de conectividad entre personas y de salida de la pobreza de miles de millones de personas. Pero también llevó a la crisis económica de 2008, la Gran Recesión, a las frustradas primaveras árabes y al auge global de populismos.
Como tendencias globales a 20 años vista aprecia las siete siguientes, todas ellas con consecuencias: (1) los países ricos (China incluida) envejecen, los pobres no; (2) la global economía va hacia un menor crecimiento, lo que amenaza la reducción de la pobreza en los países en desarrollo; (3) la tecnología acelera el progreso, pero provoca discontinuidades; (4) las ideas y las identidades están generando una ola de exclusión; (5) gobernar es más difícil; (6) la naturaleza del conflicto está cambiando con la divergencia de intereses entre las grandes potencias, la expansión de la amenaza terrorista y otra serie de cuestiones; y (7) el cambio climático y las cuestiones sanitarias requerirán mayor atención. “Estas tendencias”, concluye el informe, “convergerán a un ritmo sin precedentes que hará más difícil gobernar y cooperar, y cambiará la naturaleza del poder, alterando de forma fundamental el panorama global”.
Sin embargo, los Estados seguirán siendo relevantes, siempre que consigan reforzar su resiliencia a través de la gobernanza, la economía, el sistema social, las infraestructuras, la seguridad, y la geografía y el medio ambiente, aunque se verán retados por actores no estatales. Pero los actores más poderosos del futuro serán los Estados y grupos “que puedan aprovechar las capacidades materiales, las relaciones y la información de un modo más rápido, integrado y adaptable que en generaciones pasadas”. Es decir, el dominio de la tecnología y su aplicación, como ya se está viendo.
A más corto plazo, a cinco años vista, estas tendencias globales llevaran una mayor volatilidad, a un aumento de la tensión entre todas las regiones y tipos de gobiernos, tanto entre como dentro de los países, poniendo en solfa el orden internacional. Su efecto neto será un “mayor desorden global y un considerable cuestionamiento de las reglas, las instituciones y la distribución del poder en el sistema internacional”. Y en este panorama, de poco servirá la “Europa trabada” (hobbled Europe) que prevé.
Es un ejercicio distinto en su planteamiento y conclusiones al del Foro Económico Mundial (WEF) y su Informe de Riesgos Globales para este año que marca entre los cinco primeros, por este orden: (1) las armas de destrucción masiva (el único geopolítico); (2) las condiciones meteorológicas extremas; (3) las crisis por el agua; (4) los desastres naturales de envergadura; y (5) los fallos en la mitigación y adaptación al cambio climático. Plantea varios retos a los que responder en los próximos tiempos, entre ellos los de: (1) reformar el capitalismo de mercado y luchar contra la desigualdad que ve como uno de los grandes peligros; (2) abordar la importancia de la identidad y la comunidad; (3) gestionar el cambio tecnológico y la Cuarta Revolución Industrial; y (4) proteger y fortalecer nuestros sistemas de cooperación global, además de reforzar las democracias que están en crisis. Es decir, que la meteorología puede pesar más que el terrorismo.
Más allá, de cara a 2035, el NIC ve tres grandes relatos o escenarios: que el mundo se divida en islas, en órbitas o se organice en comunidades. Por “islas”, entiende una reestructuración de la economía global, que lleve a largos períodos de crecimiento económico bajo o nulo, y el final de la presunción de que la globalización continuará, una globalización, que, apunta el informe, ha vaciado las clases medias occidentales, con una menor capacidad de los gobiernos de responder a las demandas de sus sociedades y un mayor proteccionismo.
Con la idea de “órbitas” se refiere a una competencia entre grandes potencias en busca de sus propias esferas de influencia, a la vez que intentan mantener su estabilidad interna, lo que se refiere esencialmente a China y a Rusia, pero también a un crecimiento general de los nacionalismos. De ahí, se puede avanzar hacia la paz, o, por el contrario, a graves confrontaciones. Que se imponga este escenario implicará que dominen los intereses nacionales sobre el derecho internacional (que, por cierto, no ha avanzado en los últimos lustros).
La opción de las “comunidades” refleja la pérdida de poder de los Estados a favor de gobiernos locales y actores privados o no estatales, que, sobre todo a través de la TIC, tecnologías de información y comunicación, pongan en cuestión lo que tradicionalmente se entiende por gobernar.
Como en todos estos ejercicios, las opciones se pueden mezclar. Ante ellas, “las sociedades más resilientes también serán aquellas que desaten todo el potencial de las personas, incluidas las mujeres y las minorías, para crear y cooperar”. ¿Habrá leído Trump este informe ya de por sí largo en una versión clasificada, aunque desconfíe de los servicios de inteligencia? Él y su equipo tendrán que afrontar, y evitar crear, muchos peligros, amenazas y riesgos. Pero también podrían ayudar a desactivarlos o, al menos, no azuzarlos. Sea como sea, no todo, pero mucho, está por ver. De hecho, como insiste el NIC, que se vaya hacia un mundo mejor o peor dependerá de nuestras propias decisiones como Humanidad.